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“Hay que incorporar los derechos humanos a los afectados de las enfermedades conocidas como ‘de la pobreza’: aborígenes, pobres”, señaló en su exposición Rubén Storino, cardiólogo de la UNLP. Más allá de la denuncia, el especialista aseguró en que lo necesario es enfocar hacia cómo actuar para que la información llegue a la gente. ¿Qué son las enfermedades de la pobreza? “Afectan exclusivamente a grupos vulnerables, no son casi estudiados por los especialistas ni son prioridad pública”, expuso Storino, quien lanzó que “con 500 mil ranchos en la República Argentina, la inequidad es notable: el 20% de la población disfruta del 82% de la riqueza”.
Storino hizo foco en el Chagas Mazza, que guarda una alta morbilidad pero una baja mortalidad. “Es una enfermedad que nunca se toma en cuenta, porque se produce por la inequidad y la pobreza”, reparó. En su investigación sobre Chagas basada en 1.200 pacientes, Storino notó que los que tenían el corazón más deteriorado coincidían en situaciones similares de viviendas precarias, analfabetismo y falta de acceso a trabajo regular, entre otras. “Lo social forma parte de lo biológico”, resaltó, al explicar que “el Chagas se cura con educación, cultura, vivienda, trabajo, erradicando la pobreza”.
Paradójicamente, el Chagas no forma parte de la currícula de las universidades en especialidades como Pediatría. Tampoco es prioridad política: “El Chagas sufre de una parcelación en el conocimiento de su génesis, estigmatización en sus contrayentes e invisibilidad y negación por parte de la comunidad en general”, dijo el especialista.
Storino citó una ley de la dictadura derogada recientemente que pedía el análisis de serología para ingresar a un trabajo, lo que dejaba afuera a todos los chagásicos en un claro caso de discriminación.
¿Cómo es la situación concreta en el país respecto al Chagas? “En el imaginario se cree que no existe la inversión pública, pero eso no es así: un estudio que analizó lo realizado por la enfermedad entre 1961 y 1991 visibilizó que se destinaron 500 millones de dólares de lo invertido a su tratamiento en personal, y no se usó para empoderar a las comunidades en su terreno, se los trató a kilómetros de distancia”, analizó Storino.
LESHMANIASIS. A su turno, Daniel Salomón, del Programa Nacional de Enfermedades Vectoriales, explicó que la deforestación que se realiza para dividir los cultivos aumenta la cantidad de vectores de leishmaniasis. Como explicó, el aumento de las lluvias produjo, entre 1950 y 1960, un gran salto que decantó en migraciones ante la deforestación y, consecuentemente, expansión de los monocultivos, como la soja. “Ese cambio en el uso de la tierra produjo la aparición de la leishmaniasis, en los años ‘80”, agregó. “Está estudiado que el cambio climático está produciendo picos de lluvia inéditos que, 52 semanas después, producen un pico de vectores de leishmaniasis. Eso ya se dio en lugares como Formosa y Misiones”, graficó, coincidiendo en que lo biológico es siempre sociocultural.
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